Querido Padre: Como usted bien me ha enseñado no es con palabras sino con obras y acciones que se mide la grandeza de un hombre. Por eso ante mis ojos se eleva un hombre de estatura moral y de gran espiritú. Si bien la vida ha sido exigente, usted sortea cada dificultad enfrentandola con entereza y mucha dignidad humana, esa misma dignidad tan sabiamente heredada de mi abuela, el amor a la familia, al trabajo honesto, la dedicación a sus hijos y a su esposa. Que orgullosa me siento de ser su hija mayor y le agradezco infinitamente por todas sus lecciones de vida, pero por sobretodo por ese amor incondicional que siempre nos ha profesado, por ser un buen miembro de familia, padre, hijo, esposo y hermano mayor ejemplar. La recitud de su caracter y la nobleza de su espiritú concilian sabiamente al esposo amoroso, al paciente padre, al patrón justo, al hermano con el consejo oportuno, pleno de experiencia presto a compartir sin egoismo, cuando de los suyos se trata incondicional ...
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