El nombre de Francisco
Ningún papa en la historia de la Iglesia había escogido el nombre de Francisco. Muchos eligieron, entre otros, los nombres de León, Gregorio, Benedicto y Pío. Escoger el nombre de Francisco, pensando en san Francisco de Asís, hubiera sido para los papas anteriores una gran contradicción. Ellos vivían en palacios, ostentaban muchos títulos honoríficos, concentraban en sus manos todo el poder religioso y, durante mucho tiempo, también el poder civil; poseían territorios (Estados Pontificios), ejércitos, muchos tesoros y bancos. Unían en su persona el Imperium y el Sacerdotium.
Todo eso era precisamente lo que san Francisco de Asís no quería para él ni para sus seguidores. Todos debían ser frailes (fratres, término corrompido derivado de frater, hermano, en latín medieval). Se hacían llamar menores (sin poder) en contraposición a los mayores (los nobles, los grandes señores feudales y los ricos comerciantes). San Francisco y estos frailes optaron por vivir en el suelo de la vida (in plano subsistere), confraternizando con el pueblo, con los pobres y con personas tan rechazadas socialmente como eran los leprosos.
Si un papa venido de la periferia del mundo, fuera de la vieja cristiandad europea, escoge para sorpresa de todos el nombre de Francisco, es porque quiere dar, solo con el nombre, un mensaje a todos: de ahora en adelante se intentará un modo nuevo de ejercer el papado, despojado de títulos y de símbolos de poder, y se procurará poner énfasis en una Iglesia inspirada en la vida y el ejemplo de san Francisco de Asís, es decir, en la pobreza, la sencillez, la humildad, la confraternización con todos, incluidos los seres de la naturaleza y la propia hermana y Madre Tierra.
Es un proyecto audaz pero necesario por estar más acorde con la tradición de Jesús y las exigencias del Evangelio y responder sobre todo a las demandas de un mundo globalizado, dentro del cual la Iglesia deberá encontrar, humildemente y sin exclusivismos, su lugar junto a otras Iglesias, religiones y caminos espirituales.
Las reflexiones de este pequeño libro tratan de acercar dos figuras que se revelan extraordinarias: Francisco de Asís y Francisco de Roma. Con toda seguridad, la Iglesia católico-romana ya no será nunca la misma. Con el papa Francisco, que prefiere entenderse primero como obispo de Roma, y solo después como papa que quiere presidir las demás Iglesias en la caridad, es muy probable que inaugure una nueva dinastía de papas procedentes de las nuevas Iglesias de África, Asia y América Latina. Hasta ahora estas eran Iglesias-espejo de las Iglesias europeas, pero se han transformado con el tiempo en Iglesias-fuente con su propio estilo de vivir la fe, fruto del diálogo y encarnadas en las culturas locales. Además, solo el 24 por ciento de los católicos vive en Europa. El resto, la gran mayoría, vive en países de los llamados Tercero y Cuarto mundos. Por tanto, hoy por hoy, el cristianismo es una religión del Tercer Mundo, que un día tuvo su origen en el Primer Mundo. Por tanto, nada más justo que un papa venga del seno de estas grandes mayorías de católicos.
Por obra y gracia del Espíritu, que siempre acompaña el caminar, a veces tortuoso, de la Iglesia, surgió finalmente un papa venido del fin del mundo, como él mismo dice. Solo por el nombre que escogió –Francisco– representa una nueva esperanza para toda la Iglesia y para el mundo entero.
El día 16 de marzo, en el aula Pablo VI, concedió una entrevista colectiva a los periodistas, y con sencillez explicó el nombre de Francisco, diciendo: “Cuando se alcanzó el número de votos que me haría papa, se acercó a mí el cardenal brasileño Claudio Hummes, me besó y me dijo: ‘No te olvides de los pobres’. Inmediatamente, con relación a los pobres, pensé en san Francisco de Asís. Después pensé en los pobres y en las guerras. Durante el escrutinio, cuando el resultado de las votaciones se ponía peligroso para mí, me vino un nombre al corazón: Francisco de Asís. Francisco, el hombre de la pobreza, de la paz, que ama y cuida la creación, un hombre que transmite un sentido de paz, un hombre pobre. ¡Ah! ¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!”
Aquí está dicho lo esencial de su nombre y de la misión que pretende asumir de coordinar y animar la fe y la esperanza de más de mil millones de católicos. Por lo que ha hablado y mostrado con gestos en el comienzo de su pontificado, especialmente con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, celebrada en Río de Janeiro del 23 al 28 de julio, augura profundas transformaciones que podrán inaugurar el tercer milenio de la Iglesia católica. Dios lo quiera así.
(Petrópolis, julio-septiembre de 2013)
POR: LEONARDO BOFF
Creo, como tú, que el papa Francisco marcará un antes y un después en la historia de la iglesia...El se ha propuesto renovar espiritualmente a los cristianos y quiere empezar por la cabeza visible, que es él mismo y todos los que lo rodean, obispos y sacerdotes...Todo está en cambio y será para bien,seguro que si...El Espíritu Santo está cerca de la iglesia, dotándola de luz y sabiduría.
ReplyDeleteMi gratitud y mi abrazo inmenso por tu buen hacer, MariCarmen.
M.Jesús
Así lo pienso y ambas estamos seguras de que el
DeleteEspíritu Santo, esta actuando y que su obra será para bien de la humanidad.
Un abrazo en la unión de la fe, querida amiga Ma. Jesús.