San Agustín Explicaba
Cuando cometemos faltas, contra los demás o contra nosotros mismos, cuando somos complices de situaciones equivocadas o cuando simplemente, deliveradamente ignoramos situaciones y somos pasivos no tomamos defensa del injustamente agraviado, porque somos cobardes, cómodos o pensamos que es problema de los otros y no nuestro. No estamos siendo conscientes de que la bondad que Dios espera de nosotros y la conciencia del pecado y de asumir responsabilidad de nuestros actos, depende estrictamente de nosotros.
Por eso explican las acciones ajenas (además de las propias) desde teorías más o menos articuladas. Algunos explican todo lo que hacemos o dejamos de hacer con la educación recibida en casa, en la escuela o en el grupo. Otros ven como origen de nuestros actos las fuerzas interiores de la propia psicología. Otros simplemente niegan la libertad y consideran que cada comportamiento
humano está controlado por el destino, por las neuronas o por férreas "leyes de la naturaleza".
En esas perspectivas, no es posible negar que existen actos que causan rechazo y que son condenados. Pero incluso la condena queda explicada simplemente por el disgusto que esos actos provocan en algunos, sin que haya que calificarlos con una palabra, "pecado", que consideran fuera de lugar en un mundo moderno y maduro.
Las negaciones de uno mismo o de otros no pueden suprimir la realidad profunda del pecado, de ese acto que realizamos, con un conocimiento claro y con una aceptación plena, contra el amor. Porque en el fondo del pecado hay, como ya explicaba san Agustín, un rechazo a Dios y una opción extraña y egoísta por uno mismo. Es decir, el pecado nos aparta del núcleo más hermoso de toda existencia humana, porque nos impide amar a Dios y entregarnos sanamente a los hermanos.
Hace falta tener valor para recordar lo que es el pecado. Sólo entonces comprenderemos por qué Cristo vino al mundo y por qué murió en un Calvario. Manifestó, de esa manera, lo grave que es el pecado, al mismo tiempo que reveló esa verdad que da sentido a toda la existencia humana: "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él" (Jn 3,16-17).
Cuando reconocemos, sencilla y honestamente, que hemos pecado, estamos listos para dar los siguientes pasos: pedir perdón, acoger la misericordia en el sacramento de la confesión, reparar el daño cometido, y empezar a vivir llenos de gratitud desde el abrazo que nos llega de un Dios cercano y misericordioso.
En esas perspectivas, no es posible negar que existen actos que causan rechazo y que son condenados. Pero incluso la condena queda explicada simplemente por el disgusto que esos actos provocan en algunos, sin que haya que calificarlos con una palabra, "pecado", que consideran fuera de lugar en un mundo moderno y maduro.
Las negaciones de uno mismo o de otros no pueden suprimir la realidad profunda del pecado, de ese acto que realizamos, con un conocimiento claro y con una aceptación plena, contra el amor. Porque en el fondo del pecado hay, como ya explicaba san Agustín, un rechazo a Dios y una opción extraña y egoísta por uno mismo. Es decir, el pecado nos aparta del núcleo más hermoso de toda existencia humana, porque nos impide amar a Dios y entregarnos sanamente a los hermanos.
Hace falta tener valor para recordar lo que es el pecado. Sólo entonces comprenderemos por qué Cristo vino al mundo y por qué murió en un Calvario. Manifestó, de esa manera, lo grave que es el pecado, al mismo tiempo que reveló esa verdad que da sentido a toda la existencia humana: "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él" (Jn 3,16-17).
Cuando reconocemos, sencilla y honestamente, que hemos pecado, estamos listos para dar los siguientes pasos: pedir perdón, acoger la misericordia en el sacramento de la confesión, reparar el daño cometido, y empezar a vivir llenos de gratitud desde el abrazo que nos llega de un Dios cercano y misericordioso.
MariCarmen,a veces no sabemos si pecamos o no...Quizá nos falte humildad para reconocerlo...Posiblemente el corazón intuya la verdad,porque nos falte la paz...De todas formas es bueno disculparnos en caso de duda ante los demás y ante Dios.
ReplyDeleteMi gratitud por compartir este escrito de San Agustín.
Mi abrazo inmenso y mi ánimo,amiga.
M.Jesús
Muy oportuno tu comentario M. de Jesús, efectivamente nuestro corazón intuye la verdad cuando no tenemos paz, ni tranquilidad es bueno ser humildes y rectificar, pedir perdón y reparar. Para corregir la falta y el mal que el pecado produce.
ReplyDeleteGracias por tu ánimo, te deseo amor y tranquilidad familiar.
En efecto, intuimos cuando hemos pecado, es bueno reconocerlo y tener la humildad de confesarlo.
ReplyDeleteMuy linda entrada.
Besos.
Así es querida Magda, porque el pecado nos aparta del Señor, por eso debemos humildemente pedir perdón y reparar.
ReplyDeleteAbrazos.