Frecuentemente dejamos que pasen las cosas y no medimos consecuencias de nuestros actos, ni mucho menos los afrontamos. Simplemente nos conformamos pensando que son otros los responsables y que nada podemos hacer. Pero poco o mucho siempre hay algo que podemos hacer y siempre mejor, que lo que hagamos lo ejecutemos lo mejor que podamos y no por ello deben ser proezas extraordinarias. Debemos hacer lo que podemos, lo mejor que podemos y celebrar por cada avance, por pequeño que sea. Eso es lo que quiero precisamente hacer hoy. Ser agradecida por mis hijos y los exfuerzos que cada día hacen por salir adelante, incluyendo la oportunidad que tengo de intentarlo, en cada nuevo día, por los bellos días de verano, porque hemos tenido trabajo, por la alumna con deseos de aprender, por las fuerzas que tenemos, porque estamos unidos. Con el pasar del tiempo, las decisiones configuran un mosaico. Como enseñaba san Gregorio de Nisa, en cierto sentido somos padres de nosotros mismos a través de nuestros actos.
¿Qué imagen he trazado en mi alma? ¿Hacia dónde está dirigida mi mirada? ¿Qué busco, qué sueño, qué temo, qué lloro, qué me causa alegría? ¿Hacia dónde oriento el cincel cada vez que plasmo la estatua de mi vida?
Si los defectos dominan mi corazón, siento pena. Surge entonces la pregunta: ¿soy culpable de mí mismo? ¿Son mis decisiones las que me llevaron a esta situación de apatía, de tibieza, de orgullo, de envidia, de rencores?
En ocasiones busco la culpa fuera de mí. Incluso tal vez tenga algo de razón: hay personas que me han herido profundamente, que un día llegaron a provocar esa angustia o ese odio que me carcome a todas horas. Pero en otras ocasiones tengo que reconocerlo: la culpa es completamente mía.
Necesito abrir los ojos ante mi situación actual y verla con realismo y con esperanza. Sobre todo, necesito aprender a leer mi vida desde un corazón que me conoce como nadie: el corazón de Dios.
A Él puedo preguntarle si soy culpable de mí mismo, si me he dañado tontamente, si he permitido que me ahoguen asuntos insustanciales, si me he encerrado en un pesimismo dañino.
Luego, desde el diagnóstico del Médico divino, podré abrirme a su gracia para curar mi voluntad, para orientar mis pensamientos a un mundo nuevo y bello, para dar pasos concretos que me permitan perdonar y pedir perdón.
Será posible, entonces, que esa libertad con la que tantas veces he hecho daño, a otros y a mí mismo, empiece a ser usada para construir una vida nueva, desde la luz del Espíritu Santo y con la meta que embellece todo: amar a Dios y a los hermanos.
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Cuánta razón llevas Mari Carmen, tenemos que ser responsables de nuestros actos, de nuestras palabras, de nosotros mismos; mirarnos para adentro y reflexionar, intentar mejorar para ser mejores personas. Gracias por todo lo que muestras y transmites. Un fuerte abrazo y feliz fin de semana amiga.
ReplyDeleteQué bueno leerte querido Pepe y ver que coincidimos en nuestro intento de mejorar como personas, siendo responsables de nuestros actos y palabras así como de lo que escribimos, porque debemos transmitir la fe y la esperanza que nos ha dejado nuestro Señor y su Santa Madre.
DeleteUn fuerte abrazo mi buen amigo.